miércoles, 28 de enero de 2009

La hoja y el viento


Respiro...
Y te siento...
Siento tu presencia en el ambiente...
El cielo se estremece a tu paso
Y se eriza con tu tacto...


Respiro...
Y te huelo...
Siento tu olor embriagar mis sentidos...
Respiro el paisaje amarillento
Tu perfume otoñal lo ha empapado de metáforas...


Respiro...
Y te veo...
Siento tu fuerza arrastrándome al abismo...
Miro a mi alrededor y no veo otra cosa que no seas tú
Invades mis pensamientos, te vuelves omnipresente...


Respiro...
Y te abrazo...


Respiro...
Y me dejo caer...


Respiro...
Y te amo...


Respiro...

La princesa Dríade


Dicen que represento la pureza, el misticismo, lo inusual.
Yo digo que soy hija del mar y de la anilina.
Magenta es mi apellido,
Pues de mi color se tiñen las heridas.
Un antifaz y alas púrpuras me delatan
Sí, un halo violeta. Ese es mi color...
De cristal es mi casa,
Y atrapada en hielo, serpenteo fulgor.
En los ciruelos me escondo,
La orquídea es mi flor,
La elegancia y refinamiento son mi porte
Y mi sensualidad atrapa cualquier corazón.
Desde Bizancio gano favores de reyes y nobles.
Sílfide remilgada, valorada y anhelada.
Mi manto cubre sueños e ilusiones,
y muchos han creído ver en mí a su amada...

Caperucita Dadapúrpura y sus pensamientos bajo la lluvia...


Ninguna pena verte quise,
Quise ningún alguna vez,
Dolor causarte, reir causarte,
Sólo, sólo en la lluvia púrpura
Nunca quise, nunca quise
Reir, verte tus pensamientos. Pero yo sé... Nuevo.
Buscar tu pareces. Es momento de que empecemos a no.
A ti, tú, querida... Dijiste que todos y... dejarme.
Algo yo sé... La lluvia púrpura... Yo sé... Te guie.
Ordenar, eso que hacía simplemente, yo pienso
A un líder que te incluye querías.
Debes terminarlo, cambian los tiempos que...

El señor Wolf y Caperucita Púrpura


Muy buenas,
Ante tanta versión de mi historia con Caperucita, me veo obligado a contar la mía propia...

Me llamo Wolf y tengo muchos, muchos años ya a mis espaldas. En términos generales, creo que he sido un buen lobo. De pequeño, era muy responsable. Estudiaba y ayudaba a papá en la tienda. Cuando llegaba del colegio, mi trabajo consistía en hacerle los recados yendo de casa en casa, visitando a los clientes morosos... Y como buen lobezno que me consideraba, dejaba entrever, como quien no quiere la cosa, mis enormes y afilados colmillos, al tiempo que les advertía de mi regreso en un breve espacio de tiempo.
Cuando acabé la escuela, me preparé en la mejor academia del pueblo, las oposiciones de guarda forestal. Fue, en el transcurso de aquellos dos años de preparación, cuando conocí a la que hoy en día es mi mujer y madre de mis 8 hijos. Hilda, que así se llama mi adorable esposa, trabajaba como camarera en la cafetería de la academia. Desde la primera vez que la ví, quedé prendado de sus encantos. Pelo castaño, curvas de escándalo y sonrisa exquisita... Podéis imaginarla, ¿Verdad?
Pues bien -que me voy por las ramas- uno de aquellos días en los que decidí perder algunas clases, para tener la opotunidad de tener alguna charla trivial, con Hilda, sin la interrupción de mis compañeros, dejé escapar un asombroso atrevimiento y la invité a salir. Mi gran sorpresa fue, que sin pensárselo dos veces, aceptó. Y estábamos tan enamorados que al par de meses nos casamos.
Como ya he mencionado antes, era el cabeza de familia y tenía muchas bocas que alimentar. Así que me levantaba temprano, dejaba a los niños en la escuela y seguidamente me iba al bosque a desempeñar mi función de guarda forestal.
Y aquí comienza la famosa historia, señores...
Cierto día de verano -ya no recuerdo el año exacto- me encontraba yo regañando a unos niños que jugaban con cerillas en el bosque, cuando Caperucita, la niña más hermosa del pueblo, se introdujo en él y tropezó con una piedra del camino. Desde que escuché su llanto corrí en su auxilio y tan pronto como pude, saqué mi botiquín y realicé las curas pertinentes. Caperucita, que por cierto, estaba estrenando una chaqueta púrpura bastante llamativa, me pidió por favor que la llevara en brazos a casa de la abuelita. No pude negarme. Ver a esa niñita indefensa sollozando me conmovió de tal manera, que aún no había aceptado llevarla y ya la tenía cogida en brazos...
Mientras caminábamos por el camino más corto que conocía hacia la casa de su abuelita, noté que se acurrucaba en mi regazo y acariciaba con sus diminutas manitas mis enormes brazos. No presté mucha atención a aquel detalle, pues era una niña de no más de quince años y puras debían ser sus intenciones. Pero cuál fue mi sorpresa, cuando al advertir ella que su abuela no estaba en casa, intentó seducirme. Como buen esposo que era, rechacé su tentadora oferta - no lo niego- e intenté como Dios me ayudó, salir airoso de aquella bochornosa situación. La tumbé en la cama... Me despedí... Cerré la puerta... Y me fui... Eso fue lo que pasó.Al día siguiente, no pude ir a trabajar. Vino la policía a buscarme a casa con una orden de arresto por intento de asesinato a Caperucita y su abuela... Y desde entonces cumplo condena perpetua en la cárcel de la memoria de los cuentos infantiles, siendo el horrible monstruo que quiso devorar a la dulce niña y su abuelita...
Hace muchos años que no veo a Hilda -creo que se casó de nuevo- ni a mis ocho hijos... Y mientras, Caperucita Púrpura sigue viviendo de las rentas, cobrando los derechos de autor de esa horrible historia que se inventó.

Mío, tuyo, suyo, nuestro, vuestro...


Recóndita sensación...
parte de un algo,
calor fantástico y colores a borbotones
brotan por mi herida sellándola con un dulce beso.
Torbellino de ideas...
aprisionadas palabras,
se acumulan ante mi puerta
ansiosas por escapar hacia ustedes.
Aclaman ser dibujadas...
De color las haré
para que las distingáis,
para que formen parte de nuestro algo,
y encuentren en nuestro escondite
una ventana hacia la libertad...